No sé cómo volver a casa desde aquí.
Se han comido las migas que eché
para evitar perderme.
Fuiste tú, seguro.
Sin querer que yo te viera
escondiendo la mano y
tirando todas las piedras,
para que yo enloqueciera.
No sé a quién llamar ahora,
tampoco a quién acudir
para que salve este corazón en llamas,
que has vuelto a prender,
y late tan descompensado,
que temo, inminente, su estallido.
Todos los avisos que me dieron,
se olvidaron en cuanto te acercaste,
olisqueando, como lobo a su presa
recién cazada.
Recaí en tus fauces, sin remedio.
Tú y tu capacidad de
nublar todo lo que tiene sentido,
y conseguir retorcerme en los míos,
darles mil vueltas, subirlos al cielo
y bajarlos al infierno en tiempo récord,
haciéndome olvidar todo atisbo de cordura,
reposando toda yo en tus manos...
Tú y tu capacidad de desterrarme sin piedad,
dejando a mis enfermos sentidos y a mí,
con amnésica locura y en la boca, la soledad,
esperando, pobre de mí, que alguien bueno,
me rescate.
Y te borre.
Porque ahora, que te has ido (otra vez),
resuenan las voces que advertían
de que esto, pasaría
y me dejarías en cueros por...
...hasta yo perdí la cuenta.
Ya no. No vuelvas.
No me recojas tú, nunca más.
Temo por lo que durarán
todas las secuelas,
que llevan y llevarán
tu nombre.
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