No estamos haciendo de la tierra,
un lugar para el amor.
Por empezar a relatar,
la estamos destruyendo,
con nuestra comodidad, egoísmo,
desidia y frialdad.
Y con nuestros humos,
externos e internos.
¿Acaso importa el legado a los demás?
Y, sin ir más allá,
¿importa hacia uno mismo?
No, la tierra, no está siendo lugar para el amor,
reina la indiferencia.
Unos padecen y otros se enriquecen.
Unos, malgastamos agua,
a costa de que otros peleen por ella.
Unos, desnutridos,
otros, con sobras en la mesa.
Ellos, implorando lo básico,
Nosotros, buscando siempre lo último.
Injusta la carencia.
Se nos hace difícil valorar lo esencial,
teniendo tanto que nos nubla el alma.
Ciega por nuestro engaño.
Nosotros, vacíos por dentro,
olvido de la verdad.
Buscando respuestas afuera,
buscando miradas ajenas,
escupiendo aquello más feo,
y, cómo no, juzgando a quien lo hace.
Expertos en disfraces,
mostrando muy poco de lo que somos.
Aparentando, eso sí, que no falte.
Entristezco cuando me creo que
no podemos hacer nada,
que las cartas están echadas,
y no tengo buena mano para jugar.
Despierto, cuando siento.
Cuando dejo al corazón hablar
con más voz que la cabeza.
Descubro que muchos se preguntan lo mismo,
y siento cierto alivio,
que quizá, no sea más que otro engaño,
para callar otro rato mi conciencia.
Y siento que puedo; podemos hacer más,
sumar para que en la tierra, se quiera.
Con parcelas bonitas, donde crecer y echar raíces,
dejándonos ser,
echando un pulso al ritmo de la vida,
comprometidos con causas,
y coloreando con almas vivas la tierra,
que es único lugar para todos.
Así, la suma sigue,
y donde hay uno, hay diez,
cientos y miles...
que añoramos que se quiera,
y mucho.
Infinito lo que aprender de las personas,
y yo voy de la mano,
contigo.
Y contigo también.
Vamos a preguntarnos:
¿Qué podemos hacer?
Y...
Hagámoslo.