miércoles, 17 de mayo de 2017

El lecho

Poco se ha escrito, a lo largo de la historia,
sobre este espléndido objeto,
cuya invención milenaria,
no ha supuesto ningún vericueto.

La cama, perfeccionada con el tiempo:
primero el suelo y luego una capa,
tras esto, el colchón y muelles,
dejando hueco para tanto deleite.

Si las camas hablaran el mundo callaría,
pues boquiabiertas nos dejarían,
siendo testigos de tanta osadía,
llanto, amor, pensamiento y por qué no, rebeldía.

La cama, ese lugar de descanso,
donde dejar reposar-te exhausto,
caer en blando, suavidad para tu cuerpo,
cuando te entregas sin buscar resarcimiento.

Guarda los secretos, todos,
hasta aquellos de los que no eres dueño,
y lo hace con tanto empeño,
que se jubilará con todos ellos.

Tus pesares, los acomoda en su regazo,
y no te da ningún tortazo,
solo te acompaña y acoge
los pedazos tuyos que nadie recoge.

Testigo es también de tus desvelos,
y tus vueltas a un lado y a otro,
de tus ansias y tus celos,
y de cuando sueñas despierto.

Si, ya llego a ese punto, importante,
del que también forma un punto y aparte.

Es el reposo del amor por excelencia,
y de las reconciliaciones más bellas.
Aunque también de infidelidades,
que dejan huellas, grietas y deformidades.

Aguanta con suma paciencia,
todo vaivén y movimiento.
Y, prestando algo de atención
se le puede oír gozar,
a tu vez, sabiendo bien,
que lo que ya ha unido,
es como un incendio, que arrasará con todo,
mas, en este caso,
sin dejar cenizas ni heridos.

Todo esto para decir,
con mi forma peculiar de contar cosas,
que mi cama es infinitamente más bonita,
desde que tú, y sólo tú, te tumbas en ella.


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