martes, 17 de octubre de 2017

El olvido. Ése que no llega huyendo

Me dediqué a huir (te),
con un solo objetivo: esquivar (te).
Lo hice tan bien,
con tanto empeño,
que perdí todas las nociones de mi misma,
ni en mi sombra me veía.

Huía de nuestros lugares,
de las marcas de los árboles,
de los besos que nos dimos,
de las noches que fueron fiesta,
de tus ojos y tu cuello.

Huía de lo que sentí,
de tu olor al despertar,
de tus palabras y silencios,
de todas las señales que no vi,
y de lo tonta que fui por
toparme de bruces con ellas.

Huía, corría sin tregua
de mi despecho y mi dolor,
ansiosa por ser más rápida que ellos,
sin darles la ventaja
de hacer llagas en mi corazón.

Huir fue salida de emergencia
para un corazón aniquilado,
que ya no podía andar sin tropezarse,
que hasta si le sujetaban, le dolía.

Huía a marchas forzadas
incapaz de no chocar con tu recuerdo,
frenando en seco mi marcha,
y yendo en dirección contraria.

Así, huyendo, demasiado tiempo.
Sé el tiempo exacto, con minutos y segundos.
Supe, al verme exhausta,
con mi corazón plano,
que de quien había huido tanto,
era de mí misma.

Suerte de poder encontrarme,
reconciliarme,
aceptar que ya no estabas
y enviarte, poco a poco,
al lugar de mi vida
que te corresponde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario