jueves, 4 de febrero de 2016

Emoción uno. Tristeza

Sufriste mi destierro a los abismos.
Al peor, si lo hay, de los infiernos.
A ver si así caías en la trampa final,
la que no tiene retorno.
Tu desaparición, por fin.

Cerré la puerta en tus narices.
Ni un mísero hueco en mí. Y menos para tí.
No te quise
(Y creo que pocos lo hacen).

¿Sabes? Es que haces difícil querer-te.
Cuando llegas, intentas arrasar con todo a tu paso.
Invades.
(cuando los espacios personales son bienes muy preciados).

Lo fácil es negarte. Lo imposible, deshacerse de tí.
El tiempo invertido en intentarlo es alargarte en la agonía.
La eternidad pasa intentando enterrarte.

Te enquistas, encallas. Dejando huellas que magullan.
Duelen, escuecen y sangran.
Cuando parecen cicatrizar, los puntos se re-abren.
Enferman y se infectan.

No hay exilio posible al que enviarte.

El mayor de los aprendizajes y quizás el más costoso
Es darnos la oportunidad de sentirte,
aceptarte,
no juzgarte ni exigirte.

Solo así es posible cambiar, avanzar y superar-te.
Para que cuando vuelvas (siempre lo haces)
estar preparados para recibirte.
Dejarte hacer, sin negarte.
Y hacerte frente.

Tristeza, compañera de caminos.
No habrá más escondites para tí.
Aunque duelas.
Lo prometo. 







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