En mi imaginación
las personas somos
árboles.
Tenemos nuestras raíces
que no se ven,
porque están bajo
todas nuestras capas.
De esas raíces
fuertes y grandes,
crecen el tronco y las ramas
con mil tonalidades,
gracias -o a pesar-
de lo que hacemos,
de lo que sentimos y pensamos,
de la gente que encontramos,
de lo que la vida nos depara.
Colores que van cambiando,
igual que con las estaciones.
Nos mueven los vientos
más o menos.
A veces nos dejamos llevar
y otras luchamos contra ellos.
Si sopla fuerte,
puede tambalear las raíces
sin lograr arrancarlas,
porque están fijadas,
impresas con tinta en el alma,
tatuajes en las venas
que van con la sangre
al corazón.
Hablo de las raíces humanas
y hablo de que las mías,
afortunadamente,
me encantan.
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