viernes, 24 de marzo de 2017

La tres personas en la decepción: tercera, primera y segunda

La decepción, cuando llega,
se apodera y se hace quiste,
con la misma rapidez
que bajar una montaña rusa.

Agrandarla supone menos trabajo que entenderla,
pudiendo caer en lamernos la herida,
-esa dichosa manía-,
y retorcernos como gatos que lamen y relamen,
aunque, en este caso, sin éxito,
ya que hay heridas que no sanan con saliva.

Bien sabéis que es mi caso del que hablo,
y cuando caigo en este 'punto',
que es riesgo de ser de 'no retorno',
resuena la agudeza de mi padre
 -el más bueno entre los buenos-
que repite, con paciencia:

No esperes de las personas más de lo que pueden dar;
porque al hacerlo, quien se equivoca eres tú.

Aunque para entonces ya es tarde,
has re-caído en la trampa,
despidiendo otra parte de la inocencia,
dando con vidas vividas sólo por lo propio,
sin tener en cuenta lo ajeno y,
si sale más rentable pisarlo,
se
pisa.

Y ya está,
sin atisbo de remordimiento.

Ya es tarde, sí.
Y te juras que no te volverá a pasar.
Que aprenderás.
Que no esperarás más nada.
No darás por hecho bondad en los conocidos,
ni pondrás tu "común sentido" en sentidos ajenos,
y tampoco, buscarás que actúen cómo tu lo harías,
porque ellos no son tú
ni podrán ver con sus limitados ojos,
aquello que reflejan los tuyos.

Mientras esto llega, intentas deshacer el quiste
y aceptar lo que no depende de ti.
Te juras pisar más fuerte y defenderte mejor.
Los dragones seguirán acechando,
y estarás más preparada.

Al fin y al cabo tú tienes algo que ellos nunca tendrán,
pero no lo digas. Guárdalo. Que esto, no te lo arrebaten.

Y compártelo con quién lo merece,
con los que de verdad cuentas, y sumas.





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