viernes, 10 de febrero de 2017

Vidas de vagón

Estoy en mi trayecto de regreso,
tras una jornada poco apasionante en la oficina
-como, lamentablemente, suele serlo-
y comparto vagón con otras vidas, como la mía.

Somos muchas, apretadas y muy juntas,
tanto, que casi podemos respirar la vida ajena
(sensación no muy agradable, no.
Para ellos, tampoco)

Veo al chico que mueve su cabeza de arriba a abajo,
con una música que se oye desde mi lugar;
ha tenido un día duro, me lo dicen sus ojos hundidos y ojerosos,
un suspenso que afrontar o una nueva decepción que digerir.

La mujer que, sentada, no levanta la mirada del libro,
con dulce y sonriente semblante;
apuesto que es aventurera y segura de sus pasos,
sabe que no es más ni menos que nadie
y no permite que nadie la pise.

Aquella, algo más mayor, tiene un rostro preocupado,
como si hubiera hecho algo de lo que se arrepiente,
una infidelidad, quizás. Sí, igual en pleno desenfreno,
no pudo resistirse a caer en brazos de aquel camarero
que le servía, cada día, su mejor café.
Además, seguro su culpa es muy intensa, porque en casa,
le está esperando, ilusionada, ella.

Sentado, un señor mayor, con la mirada fija en la ventana,
mientras noto como maldice en bajo.
Sus gafas esconden una intensa vida que, hace pocos años se vio truncada,
porque el tiempo acabó con el amor de su vida,
que toda le había dado,
que nada le había dejado.

Puedo ver a la mujer que sujeta su bolso con fuerza,
mirando desconfiada a todos lados;
pienso que podía presentarle al señor de antes;
y ver si el destino les da otra oportunidad.

El opositor, sin dar tregua al paso de las hojas,
cada vez más rápido y resbalando el rotulador entre sus dedos.
Se la juega todas a una y seguro que solo piensa en qué hará si no lo logra.

Quiero seguir, pero en este juego
que me acerca a los extraños,
me da por mirar dónde estoy y,
otra vez,
me he pasado
de parada...








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