Nunca me has pedido perdón,
y, aún así, te perdono.
Total, tampoco me pediste que te siguiera,
y, mira tú, toda la vida que invertí
en tratar de convertir de tu sombra, la mía.
Recompuse,una y otra vez, todas las piezas
de cada encuentro, buscando cualquier roce como excusa,
analizando si tus pupilas dilataban tus ganas de lanzarte a mi boca.
Escupía corazón al intentar descifrar mensajes,
llamadas que nunca me hacías,
tus ausencias regaladas,
por no tener valor a decirme
que no, que no estarías conmigo (qué triste yo, que lo esperaba)
Fue más fácil mover mis hilos a tu antojo,
marcar mi número sin patrón ninguno,
esquivar con honores mis intentos de encontrarte,
y dejarme, -siempre-, con las ganas.
No entender tu ausencia fue el peor de los castigos
y también lo fueron tus regresos espontáneos,
tus búsquedas furtivas,
tu mirada de "noquieronada" pero "tecomoahoramismo"
(o mi pobre entendimiento)
Yo era el vaivén de las olas que rompen en la orilla y regresan,
una y otra vez,
a tu son.
Te odié y te quise a partes iguales.
Incapaz de ver que cuánto más odio te albergaba
mas se apegaba tu recuerdo a mis entrañas,
haciendo un buen nudo marinero con mi alma.
Nunca me has pedido perdón
y, aún así, te perdono.
Aunque, si de sincerarse se trata,
la verdad es que me perdoné a mi misma.
Lo demás, ha venido solo.
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