El dolor es injuzgable,
liberado de condena,
absuelto de pecado,
unanimidad en su inocencia.
¿O no?
Sin embargo,
nos disfrazamos muy rápido,
nos ponemos la toga y
cogemos el mazo
cuando alguien vuelca su pesar.
Escuchamos y sentenciamos.
Lo que tienes que hacer es...
No es para tanto...
Si yo cuando...
Te entiendo, pero...
¿Para qué quedarnos en lo primero?
En nuestra cara
el cartel de sanadores,
necesidad imperiosa de creer
que ayudamos más así.
Igual podemos pensar
(o incluso preguntar),
si la persona que tenemos al lado,
solo busca un hombro
y una mano que le coja fuerte,
y le diga, no estás solo,
yo te acompaño.
Sé que a veces hablo en tercera persona,
para que no me escueza tanto.
Hay que ver
lo que cuesta aprender.
Menos mal
que, aunque tarde,
aprendo.
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