Inevitable,
y a la vez, por suerte,
te veo crecer.
Lo haces a tu ritmo,
que no me gusta,
que me asusta
y me entristece.
Cualquier cosa que te turbe,
chirría en mis adentros,
igual, que si me turbara a mí misma.
Si hay dolencia en tu cuerpo,
se hace mella en mis huesos.
Aunque creo que lo sufro
más por puro egoísmo,
al no poder ni pensar
en que, algún día, faltarás.
No hay ley de vida
que, realmente, valga.
No quiero aceptar,
que sufras,
que padezcas
y que no sea tu risa,
la que encienda cada día.
Si tú te tambaleas,
yo ya me he caído.
Dependiente de las curvas
de tu cuerpo,
de tu mano y de tu beso.
Mi lógica de vida,
axioma de mis días.
No es justo.
Nada lo es.
Hablaría con el diablo,
le invitaría a pactar
que no sufrieras
ni te fueras.
Sé que no te gustaría
y me dirías que
nunca te irás,
porque en cada uno de mis latidos,
siempre, siempre,
vas a estar.
Pero esto no calma
la ebullición de mis miedos.
Qué raro esto de escribir-te,
sana tanto como duele.
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