El olor a tierra mojada.
Tu mirada.
La risa de un niño,
su abrazo espontáneo,
y verle dormir.
El aroma del café recién hecho.
Que me busques.
El beso de una madre
y su vientre siempre a punto
para que te recuestes.
El color del otoño.
Tus caricias.
Notar el peso de la manta
y estirarte al entrar en la cama.
Ver cómo sale el sol
y la grandeza con la que se despide
al caer la noche.
Tus besos.
La ducha, después de hacer deporte.
El olor a nuevo
y oler tu cuello.
Gritar tu canción.
Quitarse los zapatos al llegar a casa.
Y, de paso, todas las caretas.
Que el espejo te hable bien.
Que me agarres fuerte.
Los segundos antes de dormirte.
Seguir respirando.
Que algo te regrese a la infancia.
Que yo te guste.
Un vaso de agua fría.
La toalla al salir de la piscina.
Morder una manzana.
Hojas que se amontonan con
las luces de las estaciones.
Las carcajadas.
Que te sorprendas.
La montaña subiendo pasito a pasito.
Sin prisas de nada.
Llegar al quinto piso por las escaleras.
Tener qué comer.
Y comerte a besos.
Que el destino haya llegado a la meta
con nosotros.
A veces, de forma subliminal,
pasan estas cosas desapercibidas,
y quiero notar cada vez,
cómo me brota la VIDA en ellas.
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