Ella enseña su rabia
para que la quieran.
Siempre más,
que nunca es suficiente.
Despliega su grito
y su pataleta,
alza su mano
y sus quejas.
No sabe expresar
que quiere más cariño,
aunque ya lo tenga todo.
Quiere su espacio,
busca gustar,
hacer las cosas bien
y que se lo digan.
Su hueco,
que no lo encuentra
porque siempre
hay alguien que se lo quita
(eso cree).
Y por eso golpea,
busca la atención
haciendo cosas,
que bien sabe,
no están bien.
Pero ella necesita
sentirse querida todo el rato
y de su parcela
ser protagonista.
Yo solo quiero abrazarla
y decirle lo bonita que es.
Contarle que aprender a vivir
no es cosa fácil.
Desde pequeños descubren
que querer y tener
no es lo mismo.
Y que querer siempre más
tensa demasiado la cuerda,
con riesgo
de que se rompa.
Ahora que lo pienso,
todo esto puede valer,
también, para nosotros,
que nos consideramos
adultos.
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