Veinte minutos,
un trayecto de autobús.
Y otros quince de paseo
por Madrid.
Mi cabeza revolucionando
más rápido de lo que yo,
a horas tan tempranas,
puedo asimilar.
En estos pocos minutos,
he perdido muchas ideas,
pese a llevar cuaderno (sí, y boli)
a cuestas conmigo.
Treinta y cinco minutos,
aunque pocos, dan para mucho,
y me recuerdan,
que la música es infinita influencia,
que logra línea directa emocional,
conexión sencilla con mi montaña rusa.
Las personas con las que me cruzo,
me llevan al momento en el que yo,
también, desayuné a las 7:00 am,
tras la juerga resacosa,
una rápida hamburguesa,
de las que hoy tanto reniego.
He recordado,
con esa canción de fondo,
cosas que ya no quiero recordar,
que ya no duelen,
pero que no se olvidan,
porque el olvido no existe.
Un anuncio,
que se atreve a hablar de la belleza,
me indigna.
Y me hace consciente de mi suerte,
al saber ver que la belleza está en aquellos ojos,
que te dejan ver y que reflejan el alma
y la bondad de ser humano.
Bondad que es y existe,
aunque nos pinten lo contrario.
Sigo caminando,
esquivando las cucarachas con asco,
mientras cuestiono la importancia que nos damos,
cuando en realidad somos
meros puntos negros en el Universo.
Y, sin embargo, nos creemos todo,
con el derecho de destrozarlo,
al antojo de cada uno.
Ya llego,
ficho en mi "cadena de producción",
mi alienación consentida.
Hoy lo hago más agradecida,
por esta locura mañanera,
tan diferente a la de otras.
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