No lo mereces, no.
Tú, que todo lo trataste de hacer bien.
Cumpliendo plazos, requisitos y entregas.
Luchando contra la sensación que amenazaba con invadirte.
No lo mereces, no.
Pero llega la injusticia que no depende de tí.
Es resultado de lo que hacen otros,
sin tener en cuenta lo que arrasan a su paso,
dejando constancia de su presencia, porque sí.
No lo mereces, no.
No mereces esa incompetencia blindada en un puesto fijo,
No mereces el perjuicio del trabajo no realizado eficazmente,
No mereces tener que paralizar-te porque otros,
desde su alto estatus, deciden que así tiene que ser.
No lo mereces, no.
Te gustaría gritar al mundo lo que han hecho.
Y que el mundo se apiadara de lo que ocurre.
Necesitas que la maldad no venza ninguna batalla más,
Que se haga justicia, que pidan perdón, que ayuden, por una vez.
Que sumen y dejen de restar.
No lo mereces, no. Nada de esto. Lo sabes.
Y pese a ello, otra vez en la vida (que también es esto),
es necesario subirte de nuevo el dobladillo del pantalón
y cruzar los charcos intentando llegar a esa tienda y comprar
aquellas botas que todo lo secan, una vez cambiados los calcetines que, sabes, tendrás que tirar.
No lo mereces, no.
Pero afortunadamente
No estás sola, no.
Y no queda otra.
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