sábado, 18 de abril de 2020

Esta historia no es un número

Llegó la hora. 
Vienes conmigo.
No busques alrededor. 
Los que tenían que estar,
se duelen en casa. 

Mientras llega tu último suspiro,
deja a tus ojos llorar
y visualiza a quienes quieras,
que eso sí te lo permito.
Piensa algo bonito y duerme.
Con algo de suerte
no te dolerá la partida.
Ya no despertarás más.
Nos vamos.

Allí en su casa,
suena el teléfono,
y se contienen las lágrimas
apretando los dientes.
¿Cómo digerir esto?
El ser amado
se ha ido,
sin el apretón de tu mano,
sin tu beso en la frente
con el rostro aun caliente,
sin tu aliento,
sin tu amor cerca,
sin tu adiós.

¿Y ahora qué? 
Pues la historia no acaba aquí,
se hace aún más cruel, si cabe,
porque solo tres personas 
podrán velar el entierro.
Sin abrazos,
sin consuelos,
a dos metros.

¿Y después?
Habrás de pasar el duelo
como buenamente puedas,
pinchándote fuerte el corazón
cada vez escuchas a alguien
que se cree con "potestad" 
en la tele.
Doliéndote el alma
por el ser perdido
sin su justa despedida.
Imaginando sus últimos segundos
y pesándote 
en el cuerpo
la última vez,
cuando le dejaste en urgencias,
sin poder acompañarle dentro.
Pesándote 
cada vez que sonaba el teléfono.
Pesándote 
su recuerdo.

Lo macabro de esta realidad
ya superó toda ficción.
Lo cruel de esta realidad
debería bombardear las entrañas
de quienes mandan
y unirse todos por la vida
en la lucha
contra este maldito
virus.
Cerrar más la boca
y empatizar cada vez que 
la tengan que abrir.







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