Pisar charcos y cantar
aunque no caiga
gota alguna.
Gritarlo todo antes, siquiera,
de coger aire.
Mirar al cielo, desde arriba.
Fluir y caminar.
El universo como aliado.
El saberse disfrutar.
Sin relojes, sin demandas.
Sin negar nada,
sin pero alguno.
Ser consciente de que
el mejor lugar
es en el que estás
y con quien estás.
Reír sin límites.
Hablar a espuertas,
arreglando el mundo
con los oídos abiertos,
la boca cerrada
y los juicios en destierro.
Saber que estás con quien saca
una bonita
versión de ti misma,
lejos de la apariencia,
de lo frío y lejano.
Hacer gansadas,
y no sentirse gansa.
Es compartir-te.
Es de lo más bonito.
Es crecer.
Es la amistad sin filtros.
Es el corazón abierto.
Y yo, qué suerte la mía,
de haberlo vivido,
estos días.
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