No voy a descubrir novedad alguna
al decir que tú, hombre y yo, mujer,
somos diferentes por, y sólo por, naturaleza.
Aunque podamos cambiar y decidir sobre nuestro aspecto,
biológicamente, y sólo en esta forma, diferenciamos.
Ya sabemos que el cuento no fue así,
no nací de tu costilla
ni mordí primero la manzana,
ni, mucho menos te empujé a hacerlo a tí.
No nací para casarme, tener hijos contigo
y trabajar sola en casa.
No soy tu sierva, ni mi tarea es darte todo lo que pidas.
No soy la que ha de hacer siempre lo correcto y esperado,
ni soy tampoco la que te espera, con ganas, cuando quieres regresar.
Este cuento acabó gracias a la lucha
de valientes y comprometidas mujeres.
Pero aún hoy, aunque quiero pensar que cada vez menos, hay otro cuento...
Nací con necesidades, deseos,
sueños, inquietudes e intereses
exactamente igual de valiosos que los tuyos.
Con cuerpo, también como el tuyo,
para estudiar o trabajar en lo que me plazca
y no tener que demostrar constantemente,
que puedo hacerlo igual que tú.
Nací, cierto es, con la posibilidad de engendrar,
y por esa razón mi desarrollo siempre está en riesgo,
curioso que para engendrar hacen falta dos
pero para la sociedad al final solo soy yo.
Nací con la misma voz que tú,
y puedo alzarla también,
de la misma manera que puedes hacerlo tú.
No soy tu amenaza, la de nadie.
Nací también, si me dejan, para mandar,
organizar y dirigir personas y trabajos.
Puedo hacerlo igual que tú,
sin embargo, es más difícil que me tengan en cuenta.
Nací con los mismos derechos que tú,
y tengo derecho a tus mismas oportunidades,
pero no ocurre siempre así,
y tenemos todos, tú y yo, que seguir en esa lucha,
para que las niñas que hoy crecen,
las que trabajarán mañana,
no tengan que defenderse del sistema,
y de la desigualdad profesional y laboral.
Hagámoslo todos, para que ellas, y ellos también,
puedan ver el día en que ya NO sea necesario
tener un día de la mujer trabajadora,
si no que celebren la verdadera igualdad.
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