Tengo la suerte de tener cuatro hogares.
Hogares que no están sujetos por vigas,
ni ladrillos.
Tampoco tienen paredes o pasillos,
ni muebles, ni cuadros.
Hogares en los que sentirse vivo,
sin espacio para el miedo del arrase feroz,
porque todos los temores se esfuman
al llegar a ellos.
Mis hogares no tienen dirección alguna,
ni código postal.
Tienen brazos; mi destino.
Ojos que me enseñan el mar,
y un enorme corazón,
en el que me sujeto,
latiendo con ellos,
y siempre,
siempre, sin excepción alguna,
me siento yo,
y más a salvo de lo que nunca estaré
entre cuatro paredes,
por muy firmes que sean.
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